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28 de abril de 2024

Ilustración de Arnaldo Otegi

Ilustración de Arnaldo OtegiPaula Andrade

El Perfil

Otegi, el secuestrador que se creía Nelson Mandela

El líder histórico de Batasuna disfruta la mayor operación de blanqueamiento de un político en España, gracias a Pedro Sánchez

Arnaldo Otegi (Elgóibar, 6 de julio de 1958) estaba pasando un feliz día de playa, con su familia, mientras Txapote y sus secuaces de ETA mataban a Miguel Ángel Blanco como a un animal y toda España alzaba en vano sus manos blancas pidiendo indulgencia, con el mismo éxito que la comida homínida de un caníbal sugiriéndole desde la hoguera un menú vegano a su depredador.
Se lo dijo a Jordi Évole en una de sus famosas entrevistas, siempre más indulgentes con los demonios que con los ángeles, y más que a confesión sonó a rutina: desde que ETA se cobró en una cuneta de Guipúzcoa su primera pieza en 1968, el guardia civil José Antonio Pardines, hasta hoy mismo, jamás ha salido de su boca una condena rotunda, nítida y sentida contra el terror.
«Si cuando ETA actuaba no condenábamos, ¿cómo tú puedes pedirme a mí, hoy, que yo condene una cosa del pasado cuando no la condenaba cuando se producía?». Eso decía en aquella entrevista hace unos años, y eso mantiene ahora, aunque lo recubra de bisutería retórica sobre el «dolor» de «todas» las víctimas para facilitarle a Pedro Sánchez la vida y el cumplimiento de su nuevo lema: «Presupuestos (y lo que sea) por presos».

El líder de Sortu ha logrado convertirse en una especie de Matrioska con más capas que una cebolla

A sus 64 años, el líder de Sortu que entró en ETA antes de cumplir la veintena, ha logrado convertirse en una especie de muñeca Matrioska con más capas que una cebolla y el mismo corazón que una de ellas.
Tiene cien envoltorios, pero bajo el último, el más profundo, aparece la Batasuna de siempre disfrazada de coalición y adornada con subterfugios verbales para lograr sus objetivos: gobernar en el País Vasco, absorber a Navarra y, en una entente con ERC y los restos de Podemos, aprovechar la debilidad de Pedro Sánchez para avanzar en la hoja de ruta soberanista.
El propio Otegi es un disfraz de sí mismo que oculta, bajo la apariencia de unos de esos «progres» sesentones inofensivos y modernetes que se resisten a envejecer en los garitos noctámbulos más de moda; su formidable hoja de servicios al horror incluye secuestros, pertenencia a barda armada, liderazgo del universo abertzale y una insensibilidad reiterada al sangriento espectáculo de cuerpos mutilados, nucas desnucadas y almas partidas para la eternidad.
Se ha creído la versión que Pablo Iglesias, Pedro Sánchez, José Luis Rodríguez Zapatero o Jesús Eguiguren han dado de él, con distintas palabras, como un «hombre de paz», aunque en su boca ese término suene como el de «cirugía» en la de Jack el Destripador.

El relato le presenta como un hombre atrapado entre la renuncia a la violencia y el rescate a los violentos

El relato le presenta como un hombre atrapado entre la renuncia a la violencia y el rescate a los violentos para evitar que vuelvan a las andadas. Y lo adorna convirtiendo la resistencia inasequible a condenar el terrorismo formalmente en el Parlamento Vasco, la inclusión de etarras en las listas o la equidistancia entre las víctimas de ETA y las del «Estado opresor» en una táctica inteligente para allanar el camino a la convivencia.
Incluso le escribieron un panegírico desde Cataluña, con la firma de Antoni Batista, titulado La fuerza de la paz que, aunque sonaba a pirómano presumiendo de bombero, consolidó la táctica del intercambio de coartadas que ahora explica la coalición de intereses vigente en España: Sánchez, Junqueras y Otegi se regalan excusas los unos a los otros para tapar el historial, borrar la memoria y repartirse la parte del botín que cada uno quiere.
El PSOE no puede adecentar sus pactos con Bildu si Bildu no parece otra cosa, aunque esté dominada por Sortu, el partido controlado con puño de hierro por Otegi y el último jefe de ETA, David Plá.
Bildu no puede lograr sus objetivos si no le da a Sánchez algo parecido a una cierta solidaridad con los muertos y un repudio de boquita pequeña del pasado criminal. Y Podemos y ERC no avanzarán en sus planes nacionalpopulistas si no se suman a la fiesta descorchando alguna botella de champán.
Quizá algún día Sánchez deje de ser presidente y Otegi sea paradójicamente lehendakari, con otro de los suyos al mando del conquistado Reino de Navarra, y mientras llega ese momento, él se siente en el pabellón ilustre de Nelson Mandela: se lo han dicho tantas veces que empieza a creérselo. Por mucho que cuando a Blanco le reventaron la cabeza en un triste descampado, él andaba tomando un sol humedecido con las lágrimas por el concejal de Ermua.
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