Lección y aprendizaje
El lector y el crítico
El bibliófilo
Los primeros libros
Los últimos libros
Después de afirmar que Napoleón había nacido sobre
"una alfombra donde estaba la guerra de Europa", Martí escribió: "Yo
debí de nacer sobre una pila de libros"; es decir, que le venía de cuna su amor por
la lectura, como al corso la vocación de soldado. Dijo en una ocasión: "Siempre que
hundo la mente en libros graves la saco con un haz de luz de aurora". Pero no fue
porque en el hogar tuvo ambiente propicio para ella, como dijo de Heredia, a quien el
padre acostumbró desde niño al trato de Lucrecio, Horacio y Virgilio. Los padres de
Martí eran más pobres en el saber que en la fortuna: "de poca inteligencia e
instrucción", como los describió Fermín Valdés Domínguez, amigo y compañero de
estudios de Martí. Su tenaz apego a los libros, se debió más al "yo" que a la
"circunstancia", pues a ésta, durante su niñez, le fue siempre adversa la
cultura.
Lección y
aprendizaje
El más antiguo escrito que se conoce de Martí es su carta a la madre desde la
Hanábana, en 1862, pero aún hay un testimonio más temprano de su afición a leer:
cuando con su familia visitaba la casa de José Toribio de Arazoza, de buena posición
económica, éste le permitía al niño de siete años pasar horas en su biblioteca
leyendo, y fue aquella precocidad la que llevó a Arazoza a pagarle los estudios en el
colegio San Anacleto. Al terminar las primeras letras, tuvo la suerte de entrar en el
colegio de Rafael María de Mendive, donde disfrutó de la librería del culto educador y
poeta. Luego, en el exilio madrileño, fue asiduo visitante de la Biblioteca Nacional y
del Ateneo, donde pudo familiarizarse con los autores del clasicismo español y con la
obra de sus contemporáneos; en México, Guatemala y Venezuela se le reveló la América,
junto a sus héroes, en sus escritores; y al fin, en Nueva York hizo buen uso de la
riqueza cultural de la ciudad, particularmente en sus bibliotecas: la de Columbia College,
la de Cooper Union, la fundada por John Astor y la Lenox Library estas dos últimas,
reunidas, formaron en 1895 la New York Public Library, hoy la quinta en el mundo, junto a
la del Congreso, la de Harvard, la Británica y la Bibliothèque Nationale de París.
A la de Astor iba Martí con su amigo José Joaquín Palma, "el bardo
bibliotecario", como lo llamaba; y allí supo del lugar que perteneció a Antonio
Bachiller y Morales "no había asiento más bruñido que el del caballero
cubano en la biblioteca de Astor", recordaba en su crónica sobre el erudito
habanero. De la otra gran biblioteca en el Nueva York de sus días, la de James Lenox,
abierta al público desde 1876, nos dejó recuerdo por un paseo no del todo ajeno a quien
allá ha vivido añorando a su patria. La Lenox Library estaba en el Quinta Avenida, junto
al Parque Central, donde hoy se encuentra la Henry C. Frick Collection; por esos lugares
paseaba Martí en un día de otoño; "Iba yo ayer domingo a ver caer las hojas y
enlutarse el Parque; iba dejando atrás, con ese paso lento con que se anda en las tierras
extrañas, la Escuela de Maestras... Iba pensando en la biblioteca de Lenox, que queda
cerca [y que estaría cerrada por ser domingo]... Iba pensando en los códices y
pergaminos de historia de América que suelo hojear en la biblioteca con manos filiales y
avaras: ¡Quién tuviera en los dedos mangas de fraile, para que se colaran por ellos sin
ser vistos, como las limosnas de los frailes, aquellos libros amados!... Iba yo pensando
en esto a la sombra de los pinos majestuosos que rodean la biblioteca de piedra
blanca..."
A juzgar por los cientos de reseñas y menciones de libros que aparecen en su obra,
debió ser Martí tan compulsivo en la lectura como se pintó Cervantes en el Quijote; a la vista de un joven que vendía papeles viejos,
se los quiso comprar con esta disculpa: "Como yo soy aficionado a leer aunque sean
los papeles rotos de las calles, llevado de esta mi natural inclinación, tomé un
cartapacio de los que el muchacho vendía..."; y era, nada menos, que la Historia
de Don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador arábigo...
De la magia que la letra impresa tenía sobre Martí, y de que se le iban los ojos hasta
"los papeles rotos de las calles", como a Cervantes, hay esta curiosa confesión
en uno de sus Cuadernos de Apuntes: "Si he de envolver el sombrerito de paja y las
pequeñas botas que usó hace un año mi hijo, miro si el papel periódico en que los
envuelvo está escrito por las pasiones de los hombres, o si defiende cosas de justicia, y
los envuelvo en él porque defiende cosas de justicia. Creo en esos contagios".
Todo lo quería leer Martí, y estar rodeado de libros: en octubre de 1887 le pide a
Enrique Estrázulas, en París, que le mande "dos o tres catálogos de librerías
baratas"; y al mismo destinatario, a quien sustituye en Nueva York como cónsul del
Uruguay, al siguiente año, le escribe: "¡Viera Ud. ahora el Consulado! Dos estantes
de libros, una librería giratoria, libros en los rincones. ¡Y qué libros! Se los
compro, real a real, a un anciano pelón que me ha tomado cariño... La semana pasada
compré 33 tomos de teatro francés, Beaumarchais, Diderot, hermosuras, en ¡oh villanía!
dos pesos y medio. Y hoy por tres y medio he comprado toda la Historia Parlamentaria de la
Revolución, y en pasta fina".
Se revisa el inventario de la biblioteca de Martí, de lo que sabemos la formaba, y
cabe preguntarse qué hacían allí algunos libros que nada tenían que ver con su
trabajo, sus conocimientos o sus aficiones el Álbum del Comendador Moreno del
Christo, unas Cartas físico-matemáticas de Teodosio a Eugenio, las Diversions
of a Diplomat in Turkey, un Patriotic Reader y unas Traditional Tales of the
English and Scottish Peasantry: caprichos de bibliófilo, quizás: en todo lector
obsesivo hay algo del deseo misterioso de poseer libros por el mero gusto de tenerlos
cerca, como objetos de arte, aunque no se lean, y aunque tengan joroba o el lomo deslucido
por la edad y el uso.
El lector y el crítico
"Martí escritor" ha sido bien estudiado, desde que con ese
título inició Pedro Henríquez Ureña, en 1905, la amplia bibliografía sobre el tema.
El lector es mucho menos conocido, y no por ser en tamaño inferior al otro. ¿Cómo pudo
escribir tanto, nos preguntamos ante sus casi doce mil páginas en letra de imprenta
incluyendo todo lo que pasó por su pluma que es lo que ocupa lo publicado
hasta hoy? Lo primero suyo lo hizo a los quince años, tuvo así menos de treinta para
escribir, lo que da un promedio de unas quinientas palabras por día...
¿Y el lector? El lector no se queda atrás. También nos preguntamos,
¿cómo pudo leer tanto? Con familiaridad habla de los escritores de Cuba: Heredia,
Francisco Sellén, Bachiller y Morales, los hermanos Guiteras, Varona, la Avellaneda,
Villaverde, Raimundo Cabrera, Julián del Casal; de Hispanoamérica, desde los cronistas
hasta Cecilio Acosta, Pérez Bonalde, Pombo, Hostos, Zorrilla de San Martín, Eloy
Escobar, Peón Contreras, Sarmiento, Magariños Cervantes; de la América inglesa:
Emerson, Whitman, Longfellow, Amos Bronson Alcott, Washington Irving, Henry George, Helen
Hunt Jackson, Mark Twain; de España: desde Quevedo, Gracián, Lope, Santa Teresa y
Calderón, hasta los de su siglo: Pérez Galdós, la Pardo Bazán, Echegaray, Bécquer,
Núñez de Arce, Zorrilla, Campoamor, Espronceda, Castelar; de Francia, desde sus
clásicos, hasta Víctor Hugo, Flaubert, Balzac, Daudet, Zola, Dumas, Alfred de Musset,
los hermanos Goncourt, Sully Prudhomme; de Inglaterra Oscar Wilde, Darwin, Spencer; entre
otros, y también de muchos hoy poco recordados, sin contar ahora, por no hacer más
extensa la relación, los griegos y latinos.
Diego Vicente Tejera, hablando de las muchas actividades y de la
resistencia de Martí en el trabajo, dijo a raíz de la muerte de su amigo, sobre su
notable capacidad en la lectura: "... Había encontrado modo de leer lo importante de
toda la prensa americana y extranjera y de no dejar pasar libro nuevo sobre cualquier
materia sin estudiarlo y anotarlo".
Y no es que lo podamos suponer un lector superficial, de los que más
hojean que ojean los libros: advirtió en uno de sus Apuntes recomendando la lectura
reposada: "Al leer se ha de horadar, como al escribir. El que lee de prisa, no
lee"; horadar, dice, como si la lectura atenta pudiera dejar en el libro un agujero,
como de gigante polilla, de cubierta a cubierta. Y en otra ocasión insistía: "Los
libros deben siempre leerse con una pluma en la mano", para tomar notas o para
escribir en sus márgenes los comentarios que provocan: así están algunos de los libros
que le pertenecieron: la Historia de San Martín y de la emancipación sud-americana,
de Bartolomé Mitre; las Obras poéticas de José María Heredia; los Études et
Portraits, de Paul Bourget; la History of the French Revolution, de Thomas
Carlyle; y el Contemporary Socialism, de John Rae, en su edición de 1887,
secuestrado hoy en Cuba, y al que no tiene acceso el público por sus críticas del
marxismo y por las anotaciones del mismo tenor que contiene de Martí por una
revisión expurgada y vigilada de ese libro se ha podido saber, por ejemplo, que Martí
escribió en el margen inferior de la página 19 lo siguiente: "Democracia no es el
gobierno de una parte del pueblo sobre otra, porque eso es tiranía. Sino el gobierno de
todo el pueblo en equitativa representación y el equilibrio de las clases..."
A pesar de esas recomendaciones de cuidada lectura, sin embargo, no
deja de haber en sus muchas reseñas o menciones de libros alguna excepcional
manifestación de apuro: en uno de sus Apuntes, por ejemplo, se lee: "Bryce y
Noailles, un inglés y un francés, piensan como yo, piensan como yo sobre el estado
pujante, embrionario, no satisfactorio de los Estados Unidos". Pero esta opinión
demuestra que no leyó bien The American Commonwealth (1888), de James Bryce, pues
en realidad este inglés elogia en casi todo a los Estados Unidos. Es posible que él haya
leído solamente los comentarios del duque de Noailles, en Cent Ans de République aux
États-Unis (en el tomo segundo, publicado en 1889), donde cita algunos juicios
levemente negativos de Bryce. Noailles sí es más severo en su crítica de los Estados
Unidos, pero nunca como Martí.
El bibliófilo
Podría hacerse una curiosa colección de los juicios que le merecieron
a Martí los libros, porque les daba categoría de acuerdo con su calidad y sus fines. Por
uno sobre México, por ejemplo, de un viajero norteamericano que no entendió del todo el
país, escribió en La Nación, de Buenos Aires: "Hay libros de gala escritos
con el corazón, que excusan con su sinceridad las ligerezas del juicio; libros como
acuarelas, con un color que tiene algo de rosa y de miel, y una gracia como de pluma de
ave blanca; libros de perla, leche y oro..." Y en una crónica de La América,
al contar cómo se imprimían los libros en los Estados Unidos, dijo: "Un libro,
aunque sea de mente ajena, parece cosa como nacida de uno mismo, y se siente uno como
mejorado y agrandado con cada libro nuevo. Bien es que entre los libros porque no
hay serie de objetos inanimada que no refleje las leyes y órdenes de la naturaleza
viva haya insectos: y se conoce el libro león, el libro ardilla, el libro
escorpión, el libro sierpe. Y hay libros de cabellos rojos y lúgubre mirada... y hay
libros repugnantes como sapos".
Pero entre las alabanzas del libro, siempre en él entusiastas, no
puede faltar este comentario escrito en Centroamérica, no se sabe para qué revista, en
el que decía: "Un libro nuevo es siempre un motivo de alegría, una verdad que nos
sale al paso, un amigo que nos espera, la eternidad que se nos adelanta, una ráfaga
divina que viene a posarse en nuestra frente... Nos parece que cada libro es una respuesta
a nuestras ansias, un paso más adelantando hacia el cumplimiento final de nuestros
incógnitos destinos. Como que al tender las manos a él vamos a empujar un poco más la
puerta que nos separa del misterioso mundo donde se cumplen entre tinieblas las
maravillosas revoluciones de lo Eterno..." Y Martí, que se identifica con la revista
para la que escribía, asegura que ella "cree que los libros sirven para cerrar las
heridas que las armas abren; que sirven para construir los pueblos con los escombros que
la piqueta revolucionaria ha echado a tierra; que encienden lo escondido; que sacan a luz
lo oscuro; que iluminan con colores vivísimos todas las fecundas e infatigables obras de
la Creación". Y concluye: "Los libros consuelan, calman, preparan, enriquecen y
redimen. Leer es una manera de crecer, de mejorar la fortuna, de mejorar el alma, otra
fortuna que debemos a la colosal Naturaleza".
Solía Martí poner en los hombres que admiraba virtudes, costumbres y
pensamientos que no le eran ajenos, y viene bien aquí lo que escribió de Emerson, de su
gusto por la lectura, de la biblioteca en su casa de Concord: "En el cuarto del
sabio, los libros no parecían libros, sino huéspedes: todos llevaban ropas de familia,
hojas descoloridas, lomos usados. Él lo leía todo, como águila que salta... Leía a
Montaigne, que vio por sí, y dijo cosas ciertas; a Swedenborg el místico, que tuvo mente
oceánica; a Plotino, que buscó a Dios y estuvo cerca de hallarlo; a los hindús, que
asisten trémulos y sumisos a la evaporación de su propia alma; y a Platón, que vio sin
miedo, y con fruto no igualado, en la mente divina... La lectura estimula, enciende,
aviva, y es como soplo de aire fresco sobre la hoguera resguardada, que se lleva las
cenizas, y deja al aire el fuego. Se lee lo grande, y se es capaz de lo grandioso, se
queda en mayor capacidad de ser grande. Se despierta el león noble, y de su melena,
robustamente sacudida, caen pensamientos, como copos de oro".
Siempre se destacan en Martí las dos vertientes de su existir, el
pensamiento y la acción: el intelectual y el revolucionario. Pero en él se le funden los
dos caminos, aunque siempre inclinado al acto; dijo al hablar de Juárez: "Quedan los
hombres de acto; y sobre todo los de acto de amor. El acto es la dignidad de la
grandeza"; y en su elogio de Luz y Caballero se preguntaba: "¿Qué es pensar
sin obrar, decir sin hacer?" Y ¿el libro?, ¿era para Martí acción o pensamiento?;
en Patria dejó su respuesta, cuando afirmó que el hacer era "el brazo del
pensar", y concluía: "Obra quien pone a los hombres en camino de obrar".
El libro, así considerado, se convierte en acto. Fuera de algunas de sus traducciones
(como Mis hijos, Ramona y Misterio); Martí prefirió escribir la
presentación de un libro ajeno para aquéllos en que vio una llamada a la acción: como
el Poema del Niágara, de Pérez Bonalde ("Toca a cada hombre reconstruir la
vida") , Los poetas de la guerra (la "colección de versos escritos en la
guerra de independencia de Cuba", en los que encontraba algunos "que mandan
montar a caballo") y los Cuentos de hoy y de mañana, de Rafael de Castro
Palomino. Éste, en particular, sirve como el mejor ejemplo puesto que ponía "a los
hombres en camino de obrar"; lo llama "libro sano, libro generoso, libro
útil"; el "Prólogo" es una de sus más vivas denuncias contra las ideas
de Marx, llega a decir: "Antes serán los árboles dosel de la tierra y el cielo
pavimento de hombres, que renunciará el espíritu humano a sus placeres de creación,
abarcamiento de espíritus ajenos, pesquisa de lo desconocido, y ejercicio permanente y
altivo de sí propio. Si la tierra llegara a ser una comunidad inmensa, no habría árbol
más cuajado de frutas, que de rebeldes gloriosos el patíbulo... Este libro que enseña
todo eso [el fracaso de los experimentos socialistas que en él se describen], es más que
un buen libro: es una buena acción. Los libros que definen, calman. En toda palabra ha de
ir envuelto un acto".
Los primeros libros
Martí perteneció a una de las tres generaciones de cubanos que
aprendieron a leer con los libros de Eusebio Guiteras. El ilustre maestro, discípulo de
Luz y Caballero, había fundado en Matanzas con su hermano Antonio el colegio "La
Empresa". Viajó por Europa, pero al regresar fue encarcelado en El Morro por sus
ideas liberales. Poco después se fue a los Estados Unidos, y en Filadelfia hizo imprimir
su Libro primero de lectura, en 1856, que tuvo 37 ediciones; al año siguiente, el
segundo, el cual llegó en 1907 a su décima tercera edición (dice en su
"Lección I": "El que lee bien, habla bien. Repara cómo tú hablas, y
cómo los otros hablan, y lee del mismo modo"); y le siguieron un tercero (1858),
también con numerosas reimpresiones y un cuarto (Matanzas, 1868). De alguno de
esos libros hizo la casa Appleton, de Nueva York, 18 mil ejemplares.
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Eusebio Guiteras. Su
Libro Segundo de Lectura,
en la edición de Matanzas, de 1862. De páginas como ésta
(abajo, a la izquierda), del Libro
Primero, dijo Martí: "La misma página serena de
ellos, y su letra esparcida, era como una muestra de su alma
ordenada y límpida". Ilustración de un cuento de Guiteras
que recuerda las de los cuentos de La
Edad de Oro.
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Al iniciarse la Guerra de los Diez Años, Guiteras otra vez tuvo que
emigrar: en su Libro cuarto de lectura, además de selecciones de Cirilo
Villaverde, Plácido, Zenea, Saco y Enrique Piñeyro, se atrevió a reproducir las ideas
del padre Varela sobre el patriotismo, quien había dicho en El Habanero: "Yo
jamás he creído en el patriotismo de ningún pícaro... Hablan, escriben, intrigan,
arrostran a todo el mundo, todo lo agitan, no paran un momento, arde en su pecho el
sagrado fuego del amor patrio, se difunde esta opinión, y está conseguido el intento. Si
se les persigue, está en ellos perseguido el patriotismo; si se les castiga, son
víctimas del amor patrio..." Y como se hace en Cuba hoy, por estar en contra del
gobierno y haberse ido del país se prohibieron los libros de Guiteras en la isla. Y en la
emigración murió, en 1893, la víspera de Navidad, al día siguiente de morir su esposa.
Tenía setenta años.
Martí viajaba con frecuencia a Filadelfia, donde había una activa
colonia cubana. Allí visitaba al bondadoso matancero, y, cinco días después de su
muerte publicó en Patria una hermosa semblanza; "En sus libros", dijo
allí, "hemos aprendido los cubanos a leer; la misma página serena de ellos, y su
letra esparcida, era como una muestra de su alma ordenada y límpida; sus versos
sencillos, de nuestros pájaros y de nuestras flores, y sus cuentos sanos, de la casa y la
niñez criollas, fueron, para mucho hijo de Cuba, la primera literatura y
fantasías..." Con toda seguridad Martí fue uno de esos cubanos. En el libro
tercero, en la Lección LIII, por ejemplo, debió descubrir las seguidillas, curiosamente
también romanceadas, como las de Ismaelillo, aunque éstas aparecen tejidas en
cuartetas de hexasílabos:
Corónate de flores
Niña hechicera,
Que ellas mejor te adornan
Que el oro y perlas.
Los años primeros
De la vida nuestra
Pasan como arroyo
Por entre la yerba.[...]
Con la encendida rosa,
Si eres discreta,
Pondrás en tu corona
Las azucenas.[...]
Las gracias del rostro,
Del alma las prendas,
Más brillan si al lado
Está la modestia.
Corónate de flores,
Niña hechicera,
Que son mejor adorno
Que el oro y perlas.
¿Tendría en mente Martí, con los de otros autores, estos versos de
Guiteras al dedicarle el libro al hijo con la conocida protesta, "si alguien te dice
que estas páginas se parecen a otras páginas, diles que te amo demasiado para profanarte
así"?
Y en Guiteras se pueden encontrar también como modestos anticipos de
algunos Versos Sencillos; véase este ejemplo:
Cuando Luz al campo sale
Coronada de azahar,
Y todos los que la miran
Le dicen ¡qué linda estás!
Vuelve a su madre la cara
Y pregunta con afán:
"¿Es verdad lo que me dicen"?
Y ella responde: "Es verdad,
Porque eres buena, hija mía,
Y ser buena vale más
Que los ojos de azabache
Y los labios de coral".
Toda belleza del cuerpo
Se pierde y no vuelve más;
Pero el alma es hecha a imagen
De Dios que en el cielo está.[...]
La sencillez, la modestia,
La inocencia y la humildad,
Valen más que lindos ojos
Y que labios de coral.
Y hasta recuerdan los cuentos de Guiteras algunos de La Edad de Oro:
"La niña cariñosa", "Amor de madre", "El niño miedoso",
"Los dos amigos", "La niña descuidada": en éste también aparecen el
personaje tipo (como Piedad en "La muñeca negra"); la voluntad instructiva
("la niña que no sabe cuidar las pocas cosas que tiene, no sabrá cuando sea grande
cuidar de su casa", le dice la madre); la narración en forma de unidades escénicas
(en Guiteras, numeradas); los personajes, el habla y los escenarios más familiares al
niño; y hasta cierto preciosismo descriptivo. Parece un personaje de Martí esta
"niña" de Guiteras:
Carlota era una niña muy descuida: su ropa, sus libros, sus juguetes
andaban siempre regados por la casa... Una vez le regalaron a Carlota un sombrerito de
paja muy lindo, adornado con plumas y flores finas... Dos gaticos que allí había vieron
las cintas colgando, y se pusieron a halar hasta que el sombrerito vino al suelo. ¡Que
diversión la de los dos gaticos! ... Cuanto Carlota vio el destrozo empezó a gritar y a
llorar... pero vino su madre y le dijo: "No son los gaticos los que tienen la culpa,
sino tú, Carlota, que nunca tienes cuidado de las cosas... Voy a arreglar un cuarto
para ti sola..." La madre llamó a una criada para mandar hacer lo que había dicho.
Al día siguiente el cuarto de Carlota estaba listo. Los muebles no podían ser más
bonitos: había un escaparate de cedro, un tocador y una cómoda de caoba, y un lavamanos.
El escaparate tenía perchas para colgar los túnicos; y todo era de tamaño proporcionado
a la edad de Carlota. En medio del cuarto había una mesita, sobre la cual estaban los
libros de Carlota y además una palmatoria de cristal, un tintero de china y una papelera
de tafilete... Carlota se puso muy contenta al ver su cuarto tan bonito; y por algunos
días lo conservó de la misma manera; pero pronto volvió a hacer de las suyas, pues un
día se apareció Carlota a la hora de almorzar con el pelo todo desgreñado. "¿Qué
es eso, Carlota?" preguntó el padre "No me he peinado, papá, porque,
porque..." Carlota no se atrevía a decir que ni los peines, ni la escobilla estaban
en su lugar... "Y esas medias", dijo la madre, "¿por qué no te las has
mudado?" "Porque no encontré otro par limpio en la gaveta, mamá..."
Por la tarde, en lugar de ir a pasear, Carlota tuvo que enseñar a su madre el estado en
que estaba el cuarto... La madre se sentó en una silla hasta que Carlota acabó de
componerlo todo... Gracias a la paciencia de su madre, Carlota al fin se hizo una muchacha
activa y cuidadosa; y su cuarto era el más bonito y el mejor arreglado de la casa.
Y no menos que la técnica narrativa, las ilustraciones de estos libros
de lectura recuerdan las de la revista infantil, "de recreo e instrucción dedicada a
los niños", como llamó Martí a La Edad de Oro. ¿Y no es lo más natural
que su memoria se le haya ido, aunque inconsciente de ello, a sus primeras impresiones de
lector cuando se propuso venticinco años después escribir para los niños de su revista?
Los últimos libros
Estaba en Santo Domingo Martí, preparando con el general Gómez su
postrer viaje a Cuba, el 15 de febrero de 1895, y se reunió con un grupo de jóvenes en
el "Centro de Recreo" de Santiago de los Caballeros; y por su continuo interés
en la lectura anotó en su Diario de Montecristi a Cabo Haitiano: "En el Centro fue
mucha y amable la conversación: de los libros nuevos del país, del cuarto libre de leer,
que quisiera yo que abriese la sociedad para los muchachos pobres..." El 2 de marzo,
ya en Haití, extravía el camino, y en la casa en que lo sirven, cuenta que "al ir a
darle unas monedas" al muchacho que le trae un vaso de agua, se las rechazó
diciendo: "Non: argent non; petit livre, oui"; y agrega el Diario: "Por el
bolsillo de mi saco asomaba un libro, el segundo prontuario científico de Paul
Bert..." Ese mismo día llega a Fort Liberté, y escribe: "Hojeo libros
viejos", y menciona uno de 1776 Origines des découvertes attribuées aux
modernes, y un Goethe, también en francés. El día 3 ya se hospeda en
la casa del cubano amigo, Ulpiano Dellundé, y allí lee, en Las madres cristianas,
una de sus biografías, la de Madame Moore, la madre de Thomas, el autor del Lalla
Rookh, cuya traducción él hizo en Nueva York y que nunca se ha encontrado; y
también allí recibe carta de Carmita Mantilla y Miyares, quien le había enviado desde
Nueva York un libro, y Martí le acusa recibo del regalo con estas palabras: "... El
libro de citas tú verás cómo va a alejar de mí todo peligro: lo llevaré siempre del
lado del corazón".
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Tres de los libros
que le recomendó Martí a Carmita y a María Mantilla en su
carta desde Cabo Haitiano: el de Víctor Duruy, de historia; y
los dos de John Lubbock, el the Flowers,
Fruits and Leaves, y el de los insectos, Ants,
Bees, and Wasps, que es, como reza el subtítulo: "A
Record of Observations on the Habits of the Social
Heminoptera", con ilustraciones, publicado por Appleton, de
Nueva York, en 1883, cuando trabajaba Martí en esa casa
editora.
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El 1º de abril le escribe a Gonzalo de Quesada una carta que se
considera su testamento literario: no sólo dispone allí la manera en que se ha de
ordenar su "papelería", sino que le da instrucciones sobre lo que debe de hacer
con su biblioteca; le dice: "De mis libros no le he hablado. Consérvenlos... Esos
libros han sido mi vicio y mi lujo" (vicio, entendido ahí como gusto mayor de ellos;
y lujo, como regalo y adorno de la vida); y continúa diciendo: "Esos pobres libros
casuales y de trabajo. Jamás tuve los que deseé, ni me creí con derecho a comprar los
que no necesitaba para la faena..." Y ¿cuáles hubiera querido comprar? Entre sus
papeles se encuentra la relación de una veintena encabezada con estas palabras:
"Libros por comprar"; y como prueba de la amplitud de sus intereses, entre los
títulos menciona los Selected Poems of Mathew Arnold; los Poems de
Wordsworth; The ABC of Finance; los cuentos de Eurípides; Victor Hugo raconté
par un témoin de sa vie; de A. J. Pons, Sainte-Beuve et ses inconnues; Les
mistères de la main, de Desbarolles; La maison dun artiste, de Edmund de
Goncourt y Les deux masques, de Paul de Saint Victor...
Ya lista la salida desde Cabo Haitiano, a pesar de la angustia por la
embarcación, la vigilancia de las autoridades y las armas que necesitan, lee en casa de
Dellundé sobre la conquista de México, "del flaco Moctezuma", y comenta:
"Con mucho amor leí de Cacama, y de Cuitláhuac, que a cadáveres heroicos le
tupían los cañones a Cortés...": y, aún no satisfecho con esas lecturas, manda a
un criado de la casa a que le consiga más libros; añade en el mismo apunte del Diario:
"Con una doblez de papel en que pido libros, para escoger, a la librería de la
esquina, la librería haitiana, le doy un billete de dos pesos, a que lo guarde en
rehenes, mientras escojo. Y el librero, el caballero negro de Haití, me manda los libros,
y los dos pesos".
El 9 de abril, la víspera de salir hacia Cuba, le envía una larga
carta a María Mantilla, en la que le dice: "Por el correo te mando dos libros, y con
ellos una tarea que harás, si me quieres; y no harás si no me quieres... Un libro es LHistoire
Génerale [de Victor Duruy], un libro muy corto... Son 180 sus páginas: yo quiero que
tú traduzcas en invierno o en verano, una página por día... en buen español, de manera
que se pueda imprimir como libro de vender..." Hacía sólo unos meses que la niña
había cumplido 14 años, y educada en los Estados Unidos, sin un conocimiento mayor del
francés, cuesta trabajo aceptar que Martí pensaba seriamente que la traducción tendría
valor comercial (de hecho, en la carta misma le da una lección elemental de cómo
traducir una frase del libro); quizás no era más que un encargo para ocuparla en algo
noble, como la recomendación de que abriera una escuelita para niños con su
hermana por su letanía de consejos: le pregunta: "Y mi hijita ¿qué hace,
allá en el norte, tan lejos?... ¿Se prepara a la vida, al trabajo virtuoso e
independiente de la vida...? Mucha tienda, poca alma. Quien tiene mucho adentro, necesita
poco afuera. Quien lleva mucho afuera, tiene poco adentro... Pasa, callada, por entre la
gente vanidosa... Siéntete limpia y ligera como la luz. Deja a otras el mundo frívolo:
tú vales más. Sonríe y pasa..."
El otro libro que le manda, le advierte, "es para leer y para
enseñar". No da el título, sólo el autor, Paul Bert, y debía ser el que llevaba
en el bolsillo y que le pidió el joven haitiano cerca de Ounaminthe: el "segundo
prontuario científico" del fisiólogo y político francés (con toda probabilidad
era una reducción de Le deuxième année denseignement scientifique...,
publicado en París en 1885, que en 1909 ya tenía 53 reimpresiones; de ahí salió
también el Premier of Scientific Knowledge, publicado en Filadelfia en 1888, con
182 páginas). En particular les recomienda, a María y a su hermana Carmita, que lean el
último capítulo de ese libro, sobre "la phisiologie végétale". Y para las
clases les habla también de otros tres: uno de Arabella Buckley, The Fairy-Land of
Science, y dos de John Lubbock: uno de botánica (Fruits, Flowers and Leaves) y
otro sobre los insectos (Ants, Bees, and Wasps). De este último, que parece
conocía mejor (Martí trabajaba en Appleton cuando lo publicó esa editorial), le comenta
a María: "Imagínate a Carmita contando a las niñas las amistades de las abejas y
las flores, y las coqueterías de la flor con la abeja, y la inteligencia de las hojas,
que duermen y quieren y se defienden, y las visitas y los viajes de las estrellas, y las
casas de las hormigas..." Y, efectivamente, de todo eso trata el libro.
Dos días más tarde llegó con Gómez a Oriente. Desde Baracoa le
escribe el 16 a la familia de Mantilla; a la niña le dice: "Voy bien cargado, mi
María, con mi rifle al hombro, mi machete y revólver a la cintura... a la espalda mi
mochila, con sus dos arrobas de medicina y ropa y hamaca y frazada y libros..." El
día 17, en medio de las privaciones y ansiedades del campamento insurrecto, preparando el
camino, anota en su Diario: "Me meto la Vida de Cicerón en el bolsillo en que
llevo 50 cápsulas". Es la última vez que menciona un libro en sus escritos: la Vida
de Cicerón junto a las municiones: pensamiento y acto el tema que le había
tocado para lograr la licenciatura en Filosofía y Letras, en la Universidad de Zaragoza,
en 1874, había sido "La oratoria política y forense entre los romanos, Cicerón
como su más alta expresión": le dieron tres horas para prepararse: expuso sus ideas
ante el tribunal y salió con la calificación de Sobresaliente.
¡Libros! ¡Siempre libros! De Martí puede decirse lo que él
escribió sobre el venezolano Cecilio Acosta: "¡Qué leer! Así ha vivido: de los
libros hizo esposa, hacienda e hijos..." Y Martí entró en la vida con un libro en
la mano, y quiso salir de ella, cual si fuera un arma, con uno al hombro.
Al despedirse de María Mantilla, en la carta del 9 de abril, en un
rapto de ternura, le pide: "...Y si no me vuelves a ver, haz como el chiquitín
cuando el entierro de Frank Sorzano: pon un libro sobre la sepultura... O sobre tu pecho,
porque ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres..." ¡Un
libro!
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